lunes, 9 de julio de 2007

EL HOMBRE Y LA TIERRA

Aún existen lugares "mágicos" en los que puedo sentir mi comunión con la naturaleza, ese pacto de sangre en el que, como ser vivo sin privilegios, admito sin soberbia mi pequeñez y mi insignificancia en relación con el entorno que me rodea. No soy más que cualquiera de los insectos que cohabitan conmigo, que incansables transitan de un lugar a otro con un sentido concreto, con una finalidad imprescindible en el delicado pero perfectamente ensamblado equilibrio del ecosistema al que pertenecen. En los momentos en que descubro estas grandes verdades, me siento pequeño, me hago partícipe con mi actitud de ser un ser vivo que, para que la naturaleza le respete, debe respetar para ser aceptado; me detengo, oteo a mi alrededor y escucho la banda sonora de la naturaleza, una partitura extraordinaria que entremezcla aguda, graves, melodías atonas con una perfección que no ha podido aún igualar el mejor de los compositores. Escucho los bioritmos de la naturaleza con un deleite sólo comparable a la admiración y satisfacción de sentirme un elemento más de este perfecto engranaje, de una magnífica escenificación del teatro de la vida. Miro a las montañas que me circundan, a los torrentes de agua que me hablan con sus largan lenguas de plata, a los pequeños seres que me muestran el desarrollo de la trama. En esos instantes me siento partícipe de una obra suprema a la que sólo están invitados aquellos que sepan interpretar el inteligente guión; siento la necesidad de exclamar: ¡BRAVO!










Fin semana en Valverde de los Arroyos, entorno de la Tejera Negra y pico Ocejón 8 Julio 2007

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