miércoles, 24 de septiembre de 2008

EN LA CUMBRE






Marco se inclinó contemplando con deleite los planos de su ansiado velero con el que proyectaba realizar un crucero por los lugares más paradisiacos del Mediterráneo. Sonrió con esa sonrisa complaciente que tiene aquellos que se saben triunfadores. Por fin había llegado el añorado ascenso. Su unidad tuvo un comportamiento brillante, destacado por la cúpula militar. Tras una campaña exitosa en el el sureste de Europa y el oriente medio, sus fulgurantes y rápidos movimientos tácticos y la eficaz utilización de sus recursos, le habían situado como uno de los jóvenes oficiales más prometedores y conseguido los ansiados galones con los que soñaba. El enemigo estaba franca en retirada y él disfrutando del mejor retiro: 3 semanas de permiso, que por supuesto, estaba disfrutando en su flamante residencia de verano recién acabada y en la que tanto había invertido. Una finca de cuatro habitaciones con una parcela con jardines y zona cultivada. Un paraíso con vistas al mar y con una imponente montaña que dominaba la planicie. Su joven y encantadora prometida se reuniría con él en breve y ya todo sería perfecto.

Dedicó la tarde a limpiar su arma, rutina que ni aún estando fuera de servicio, podía abandonar y a repasar su nutrida correspondencia; repleta de felicitaciones y parabienes de compañeros de armas. Al caer la tarde, se fijó en una curiosa masa oscura, densa e irregular que parecía prendida de la cima de la montaña; llevaba un par de días observando curiosos fenómenos meteorológicos, pero aunque se preparara una tormenta del demonio no le privaría de la cena de gala que el consistorio realizaría mañana en honor de un héroe de guerra.. Con este pensamiento satisfactorio, cayó dormido.

Le despertó esa sensación de peligro inminente que sólo tienen los combatientes. Se asomó y creyó distinguir humo en lo lejano y un zumbido y siseo lejano. ¡Imposible!, ¿Una incursión del enemigo aquí,?; la primera oleada de estupefacción, pintó su rostro de palidez, pero las primera llamaradas de algunas casas cercanas al puerto, le hicieron pasar a la acción. .Se vistió rápidamente su uniforme, cogió su arma y subió a su transporte. Enfiló el sendero que le llevaría la avenida principal y oyó los primeros proyectiles que iban cayendo sobres los tejados del barrio portuario. Con la agilidad mental de un estratega, trazó su plan: primero, acudir a los barracones de la guarnición y asumir el mando, distribuir los medios defensivos en los puntos fuertes de la ciudad, movilizar a los reservistas y solicitar auxilio a las guarniciones cercanas.

Se encontraba en la avenida, mientras los proyectiles impactaban a su alrededor cuando notó unos vapores opresivos y asfisiantes. Una terrible duda cruzó su mente; ¿estaría el enemigo atacando con gases?; ¿cómo es posible que hubieran recurrido a tan indiscriminatorio y miserable medio? Por fin llego al cuartel y se encontró con un desolado panorama: cientos de personas saliendo en tropel a la calle, tejados destrozados en llamas, casas arrasadas y un bombardeo constante. Se presentó al oficial de guardia que confirmó que las escasas tropas estaban movilizadas, guardia en las defensas y que se ponían a sus órdenes. “lo primero, valorar la situación y ocupar los puntos fuertes para la defensa”. Pidió al oficial que les siguiera para valorar la situación de primera mano.El ruido era ensordecedor, las llamas devoraban los edificios y una atmósfera de polvo y fuego hacía la respiración casi imposible. La calle empezaba a cubrirse de cadáveres, y la muchedumbres corría fuera de sus casas hacia ninguna parte. Se encaminó hacia las defensas del puerto; gran parte de los barcos estaban en llamas pero no se veían barcos enemigos ni rastro de desembarco. ¿Dónde está el enemigo? Un terrible ruido le hizo levantar la cabeza y respondió a su pregunta. Un Instantáneamente supo que contra ese enemigo no había defensa posible, que todo estaba perdido y que su primera y última derrota era inminente.

Con el aplomo de un gran líder, se plantó con gallardía a esperar su muerte.

Muchos años después, el joven ayudante de arqueólogo, databa el increíble hallazgo que habían obtenido en las últimas excavaciones de Pompeya: el molde de cenizas de la increíble figura de un hombre erecto, con armadura de combate y espada. No podría dar crédito a su extraordinaria suerte cuando distinguió unas borrada pero aún inteligibles inscripciones en el cilindro que portaba: Marco Cneo Marcio, primi centuri III Legión Cyrenaica.