sábado, 13 de diciembre de 2008

SÓLO EN LA CARRETERA




Era una de tantas noches en carretera. Pedro conducía su camión, un poderoso intecooler de 14 toneladas, de retorno tras cargar mercancía en Francia. Una ruta habitual. Como hacía frecuentemente en conduciones nocturnas, utilizaba carreteras secundarias para arañar unos euros de peaje y combustible a sus cada vez más menguados márgenes por ruta prestada. Eran pasadas las dos de la madrugada y se encontraba transitando por una de esas vías secundarias que le gustaba utilizar; una carretera de media montaña que atraviesa los valles que flanquean la pétreas moles del pirineo aragonés. Una carretera no fecuentada por vehículos y que naturalmente, a esas horas se encontraba completamente desierta. Para amenizar tantas horas al volante, Antonio era asiduo oyente de programas de radio. En ese momento, recordó que que precisamente a las dos, comenzaba uno de sus favoritos. Desvió unos segundos la vista de la carretera para sintonizarlo y en ese momento lo vió; un pequeño objeto a gran velocidad pasó de lado a lado de la calzada enfrente de él obligándole a dran un brusco frenazo, enderezar el vehículo y detenerse un poco más allá.
Cogió de la guantera su linterna y bajó con rapidez de la cabina; con una sensación de alarma y desazón, y preguntándose que podría ser aquello que juraría, no se trataba de un animal, se encaminó al otro la carretera.
Pasada la cuneta lo vío: junto a un tronco de árbol, la pálida luz de la linterna, enfocó una pelota blanca; un balón de fútbol con topos negros; miró a un lado y a otro, y pronunció, por dos veces, un poderoso grito: “¿Hola, hay alguién ahí?”. Los gritos fueron contestados por un profundo silencio.
¿Qué podría hacer allí ese objeto y, sobre todo, qué le había impulsado a travé de la carretera? De repente, una fuerte corriente de viento sacudió las copas de los árboles; Antonio quiso encontrar en ésta la respuesta a su pregunta. Sin duda el balón, abandonado al lado de la cuneta , fue impulsado por el viento, atravesando así la carretera. Con una mezcla de fastidio e incredulidad, proporcionó un potente puntapié al balón que se perdió en lo profundo del bosque.
Se encontraba en la calzada cerca ya de su camión, cuando escuchó un amortiguado pero continuo y ruido a su espalda . No era la tremendamente baja temperatura la que le hizo sentir como se le helaba la sangre en las venas cuando, al volverse, se encontró rodando lenta pero inexorablemente hacia él, el mismo balón que había golpeado.
Tras unos instantes de absoluta parálisis, escuchó algo. Se preguntó si estaría sufriendo una alucinación por el cansancio, ya que creyó percibir las cantarinas risas de un niño.
Dispuesto a poner fín a la situación y agarrándose a la idea de que él, como hombre absolutamente racional, encontraría una explicación totalmente natural a este hecho, se dirigió a la cabina de su vehículo de la que extrajo una barra de seguridad que solía llevar para su autodefensa a la que se aferró y con la que logró recuperar el dominio de si mismo.
Con decisión, atravesó la carretera y se encaminó hacia donde creyó que procedían esas misteriosas risas; fue avanzando y creyó percibir de nuevo esos desafiantes sonidos un poco más adelante. Se fue adentrando en el bosque siguiendo los sonidos de lo que pensó, era fruto de su imaginación o ruídos de la naturaleza.. Con decisión pero con cautela, fue avanzando a través del manto de hojarasca que alfombraba su pasos. De nuevo, esa endiablada risa perforó su oídos, esta vez más cerca. Sin pensarlo dos veces, se dirigió a la carrera enfocando con su linterna hacia adelanta. El haz de su linterna descubrió una zona de vegatación rala y enfocó lo que parecía el esqueleto de un vehículo de hierros deformados y retorcidos,v íctima de la herrumbre. Un pasos y hojas arrastradas a su espalda. Le hicieron volverse para encontrar que su linterna enfocaba la pálida y espectral figura de un niño de unos 8 años con un balón entre su manos, con una mirada profunda, pavorosa e indescriptible. El latido desbocado de su corazón y unas aterradores palabras fueron sus últimas sensaciones antes de caer en la oscuridad que produce el desvanecimiento. Unas infantiles y escalofriantes palabras: “¿Quieres jugar conmigo?”...