martes, 21 de octubre de 2008

NO HAY TIEMPO



Por fín lo logró. La defensa de su tésis sobre modelos físicos de teletransporte de átomos y envolvimiento cuántico, le había otorgado el doctorado cum laude en mecánica cuántica y el privilegio de pertenecer al selecto y elitista club de los doctorados en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Pero para Antonio era el primer paso en el escalón para alcanzar su anhelado sueño, el que había alimentado y desarrollado en sus años adolescentes con innumerables novelas, películas y revistas de ciencia especulativa: ser capaz de dominar el tiempo y convertirse en el primer crononauta de la historia. De hecho, su primer modelo experimental había obtenido éxito al realizar un salto de unas décimas de segundo de una partícula de helio. Con los medios que a partir de entonces pondría a su disposición el Instituto, podría perfeccionar el modelo; esbozó una leve sonrisa al pensar que era irrelevante cuánto tardara en construir la máquina, ya que al final, el tiempo estaría en sus manos. Decidió obrar en secreto; era un corredor de fondo y nadie la disuadiría de alcanzar la meta por utópica que se le antojara a sus colegas.

Dos años después, realizó sus primeros experimentos en entornos controlados de tiempo y espacio con un ratón blanco de laboratorio al que bautizó con el sugerente nombre de Cronos. Las primeras experiencias suponían saltos apenas perceptibles pero con posteriores modificaciones en los campos magnéticos, logró que Cronos apareciera 30 segundos después junto a un suculento trozo de queso sin haber tenido ocasión de tocarlo. Los segundos se convertieron en minutos, los minutos en horas y , un par de meses después, el pequeño animal tardó tres días en aparecer bajo la bruñida campana que se encontraba sobre él, en perfecto estado y sin sintomas de malestar.,En ese momento supo que sólo era cuestión de desarrollar las ecuaciones para acceder a cualquier tiempo pasado o futuro a su antojo.

Unos meses después, la máquina estaba preparada para conducirle más allá de los muros del tiempo y de espacio. Es curioso, pensó, hasta este momento no se había planteado qué época quería visitar, si vivir de primera mano la historia o adentrarse en las insondables brumas del futuro. Un sentimiento de repentina vanidad le hizo decantarde por lo segundo; sería el profeta de su generación. Siempre le gustaron los números redondos, por lo que tecleó sin vacilar los dígitos que conformaban el 1 de Enero del año 3.000

Una fuerza inconmensurable le empujó y arrastro a través de un caleidoscopio infinito de luces, colores y formas. Cerró los ojos y, durante instantes que parecieron eternos, sintió como si su cuerpo fuera a desintegrarse de un momento a otro. De repente, tódo cesó de súbito. Sintió un suave viento en su rostro y, poco a poco, fue abriendo los ojos. Aunque pudo percibir que era de día, la amosféra densa y opaca, filtraba una luz ténue, difuminada. Miró a su alredor y contempló una sucesión interminable de maleza y matorres pero sin rastro de construcciones. Hechó a andar sobre una espesa capa de polvo y barro y, no fue hasta un rato después, que vió las primeras estructuras metálicas herrumbrosas y los cascotes y restos de lo que antaño debieron ser edificios. Se encaminó por lo que parecía una antigua carretera pero ahora alfombrada de polvo y matorrales. Empezó a distinguir restos más homogéneos de construcciones, pero completamente destruídas y ocultas bajo una gran capa de polvo. El único sonido audible era el de sus propios pasos en una enorme isla de silencio. Gritó, aulló; nada. Sólo después de andar unos instantes más, escuchó los primeros sonidos, leves, sutiles, apenas perceptibles. Aguzó el oído y se dirigió a donde provenían los ruidos. Entonces los vío; en segundos su cara mudó del asombro al intenso terror; con los ojos desencajados y febriles se volvió y echó a correr mientras gritaba a través de una risa delirante: “no tenemos tiempo, no tenemos tiempo”

Días después, sus ayudante de laboratorio alarmado por su súbita desaparición y varias llamadas telefónicas sin respuesta, solicitó la copia de la llave del doctor Antonio Beundía. Se encaminó en compañía del vigilante del laboratorio. Abrieron la puerta y ambos se unieron en un desgarrador grito de horoor al observar el cuerp del doctor cubierto por centenares de enormes...¡¡CUCARACHAS!!