lunes, 8 de junio de 2009

PLENILUNEO






Ayer tuve el privilegio de contemplar el espectáculo de una de las lunas llenas más grandes, refulgentes e hipnóticas que recuerdo en mucho tiempo. Como un inmenso escudo de fuego, de frio fuego de un amarillento mimético del propio sol, al que pretende desafiar; ascendiendo como una diosa de la noche que reclama imperiosamente su poder sobre la noche y las estrellas, que vela observante sobre sus súbditos nocturnos, unos indiferentes, otros entregados.

Difícil escapar a su hechizo, si no acabar esclavo o adorador de su figura, subyagado por el poder hipnótico al que han sucumbido miles de seres, reales, de leyenda o pobres infelices en los que ha hecho germinar la semilla del mal que enterraban.

Para unos ángel, para otros, diabólica. Para mí siempre es la bella dama de la noche que me extenderá su blanco manto para proyectar sobre él mis más sugerentes sueños